Sigilosamente el Señor Camaleón se le
acercó al oído y le pidió “Píntame”. ¿Quieres que te pinte
los ojos? Respondió adormilada por el efecto de tanto
estupidofaciente. No...Quiero que hagas un retrato. ¿Como
pintó el piloto un cordero a El Principito? Sí. Pero quiero que sea
mi retrato. Quiero que me observes durante horas, meses, años y
pintes algo que sea totalmente fiel a mi imagen.
Así se encomendó a la ardua tarea.
Pasaron horas, meses y años. Poco a poco fue captando cada sombra,
cada color, cada esquina, cada redondez, cada pliegue, cada tono del
Señor Camaleón. Fue más allá y logró definir su personalidad,
sus arranques, sus matices, sus sensaciones y emociones. Estaba
convencida de ir comprendiendo su esencia. Cada vez era más fácil
cerrar los ojos y trazar el boceto en la imaginación.
Un día el Señor Camaleón, quizás
cansado de tanta espera renunció a su papel de modelo. Hizo las
maletas y se marchó sin mediar palabra.
Ella apenas notó su ausencia. Contenta
presumía ante el espejo el resultado de tantas horas, meses, años.
Un buen día encontró por casualidad
una nota de despedida del Señor Camaleón.
“Has hecho el retrato más
perfecto que podía imaginar. Es incluso más real que yo mismo. Has
creado algo mejor que yo. Gracias. Pero no tengo más función en
este mundo. Me voy.”
Esa tarde pasó lenta. Y pesada. Azul
oscuro. Ella no hacía más que observar la maravillosa obra. Sentada
frente al espejo se maldecía. Por ser el retrato más infiel. Por
ser el más perfecto plagio. Por ser la imitación en su versión más
parasitosa. Desde entonces
ella pinta cada día un atardecer distinto.
Yann Tiersen The Fall |
No hay comentarios:
Publicar un comentario