lunes, 8 de abril de 2013

Retrato infiel.


Sigilosamente el Señor Camaleón se le acercó al oído y le pidió “Píntame”. ¿Quieres que te pinte los ojos? Respondió adormilada por el efecto de tanto estupidofaciente. No...Quiero que hagas un retrato. ¿Como pintó el piloto un cordero a El Principito? Sí. Pero quiero que sea mi retrato. Quiero que me observes durante horas, meses, años y pintes algo que sea totalmente fiel a mi imagen.
Así se encomendó a la ardua tarea. Pasaron horas, meses y años. Poco a poco fue captando cada sombra, cada color, cada esquina, cada redondez, cada pliegue, cada tono del Señor Camaleón. Fue más allá y logró definir su personalidad, sus arranques, sus matices, sus sensaciones y emociones. Estaba convencida de ir comprendiendo su esencia. Cada vez era más fácil cerrar los ojos y trazar el boceto en la imaginación.
Un día el Señor Camaleón, quizás cansado de tanta espera renunció a su papel de modelo. Hizo las maletas y se marchó sin mediar palabra.
Ella apenas notó su ausencia. Contenta presumía ante el espejo el resultado de tantas horas, meses, años.
Un buen día encontró por casualidad una nota de despedida del Señor Camaleón.
Has hecho el retrato más perfecto que podía imaginar. Es incluso más real que yo mismo. Has creado algo mejor que yo. Gracias. Pero no tengo más función en este mundo. Me voy.
Esa tarde pasó lenta. Y pesada. Azul oscuro. Ella no hacía más que observar la maravillosa obra. Sentada frente al espejo se maldecía. Por ser el retrato más infiel. Por ser el más perfecto plagio. Por ser la imitación en su versión más parasitosa. Desde entonces ella pinta cada día un atardecer distinto.

Yann Tiersen The Fall

No hay comentarios:

Publicar un comentario