Qué desgraciado es robar. Y qué más
lo es robar a quien menos tiene. Que te descubran. Y aún así salir
impune. Por si fuera poco puedo verlos vanagloriándose de sus
hazañas. Con todos los de su calaña.
Rodeados de opulencia y aún
así viviendo una mísera vida vacía de afectos. Triste. Llena de
ecos como los que inundan una casa sin muebles. Frívola. Llena de
falsas sonrisas. Amarilla de avaricia. Verde de envidia. Negra de
mezquindad... Aún así se aleja mucho de ser una paleta de vivos
colores. Más bien es una mezcla corrompida. Putrefacta. Enfermiza.
¿Qué clase de felicidad experimentan?
Lo que daría por saber. Ponerme en su lugar y experimentar lo que
significa eso a lo que ellos tildan de felicidad. Una tan
efímera...Lo que dura el dinero en sus manos al adquirir un bien de
lujo que al de poco se queda obsoleto. Totalmente sustituible por uno
nuevo que vuelve a quedarse en un cajón. Y así sucesivamente en una
cadena infinita que desemboca en un precipicio.
Coleccionan juguetes
rotos a cambio de dinero. Dinero a raudales. Millones. Billones.
Trillones. Dinero que procede de manos trabajadoras. Dinero digno, no
sucio ni negro. Dinero de personas que lo hemos ganado con el sudor
de nuestra frente, sí. Con el esfuerzo del día a día. Dinero
ganado con la ilusión de invertirlo, no en unos castillos de arena de
lujo. Si no en un futuro mejor para los nuestros. Para cubrir
necesidades reales y derechos fundamentales. Una vivienda, alimentos,
una escuela, un hospital... No son bienes como los que ostentan. Son
necesidades que a pesar de todo nos arrebatan. Mientras siguen
supliendo sus insaciables ansias de poseer. De rellenar huecos
emocionales con materiales caducos. Inservibles. Vacuos.
¿Por qué permitimos esta tiranía? No
estamos en épocas de señores feudales. La sociedad ha evolucionado.
Sin embargo está enferma. Con un cáncer. Pero tiene cura. Unámonos.
Juntemos fuerza. Nosotros somos las células sanas y vivas. Ellos son
las células cancerígenas. Ellos se sustentan en un trampolín cuya
única base es el pueblo. Si nosotros saltamos ellos se hunden. Ellos
son minoría. Nosotros somos un pueblo maduro. Ellos se dan de
codazos. Nosotros nos damos la mano y colaboramos. Somos así.
Créanme. Creo en nosotros. No creo ya en ellos. No escuchéis sus
falsas promesas. Escuchad la voz del pueblo que murmura que esto no
está bien. Que hasta aquí llegó el engaño. Escuchad la voz de los
que se unen para defender lo nuestro. No son unos rebeldes violentos.
Son valientes. No hagáis caso a las peroratas engañosas de quien
roba el pan a nuestros hijos. La voz del pueblo es más fuerte y
aunque aún es un susurro pronto será un grito. Un clamor. Para ello
hace falta que unamos todas nuestras voces.
Sin embargo no os equivoquéis, no
merecen que les quememos. Pero sí que les arda el rostro de
vergüenza. Llevarlos a juicio. Al juicio final donde tendrán que
pagar por todo lo que han robado. Devolvernos no sólo el dinero. Si
no la ilusión que como una mina han explotado hasta vaciar el último
grano de dorada ilusión.
Podrán infundirnos miedo y nosotros
sabemos que la única forma de eliminarlo es enfrentarlo. Con uñas y
dientes. De igual manera que luchamos día a día para sobrevivir a
esta crisis.
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