sábado, 16 de noviembre de 2013

Reunión de amigos.

Ese día al despertar decidió recurrir a los grandes consejeros. Aquellos que, aunque no siempre en lo cierto, bombardeaban de vez en cuando sus oídos con sabias palabras, alegres melodías o notas melancólicas. Así que se puso en contacto con ellos vía reproductor en modo aleatorio. 
Mientras planteaba su interminable lista de preguntas ellos iban hablando, algunos traspasando los límites del tiempo y la distancia. 
Astor le corroboró que por fin había comprendido lo que significaba Oblivion y que por desgracia para muchos ateos, va a ser que no, que él estaba muy agustito en un sitio paradisíaco rodeado de armonía y mate. Que había compuesto sus mejores creaciones en ese contexto, pero que algunos tendremos que esperar muchos años para poder disfrutarlas. 
Mientras Ian, Ritchie y compañía le contaron el riesgo que implica jugar con fuego, si no que pensara en el susto que se dio Zappa con el jarto de la bengala. Qué cosas de la vida, ellos se salvaron de milagro, pero que pensara que no todos tienen la misma suerte. Los tontos tienen más papeletas de salir perjudicados decían. 

Luego vino Mr. Cocker y le cantó al oído que era hermosa, tantas palabras bonitas hicieron que se fuera fundiendo en gotas de miel. Galante dijo, “el día que encuentres a alguien que como yo te susurre estas palabras y realmente las crea, cógete de su mano y no la sueltes por mucho tiempo”. 

Pensativa andaba recreándose en sus palabras cuando Ben Harper se asoma tímidamente por la puerta y le habla de nuevas esperanzas por venir, de otoño sí, pero seguido de un cercano renacer y recuerda: still learning, still learning... Tal que vino se fue calladito y cabizbajo. 
Y de esta manera llegó al fin de esta larga charla con los buenos amigos, que siempre le han acompañado en sus momentos más íntimos. Se despidió alegremente de ellos, hasta otra! Pronto seguiremos poniéndonos al día, os contaré mis novedades. Gracias por vuestra inestimables consejos. Dos besos, suerte adiós.

domingo, 3 de noviembre de 2013

De campos de batalla, de platos, juegos y sangre.


Como en todo juego siempre queda un rastro de pólvora, un reguero de sangre y un buen ramo de perdedores, mas sólo un vencedor. 
El que pecó de sobrado, de guardar ases en la manga se encaró con el más inteligente y vivo de todos. Aquel que aguardaba rezagado en las sombras para emerger en el punto álgido de la partida y arrancar a los participantes uno por uno y cuajo a cuajo cualquier atisbo de vida. De posibilidades de sobrevivir. Cual el más cruel psicópata, cual auténtico Jack el Destripador, o el mismísimo Hannibal Lecter, se relamía las fauces imaginando los desprevenidos y a la vez tan suculentos, por ingenuos y tiernos, platillos que ante su mesa desfilaban incautos. 
Entonces, un inofensivo pulso se convierte en el más devastador campo de batalla, donde cada combatiente va por libre. En lugar de armados, cargados con un enorme escudo, pesada losa, van uno a uno cayendo. Víctimas de un misterioso encanto, un oculto poder, un aniquilador hechizo. Al final sólo quedan dos. El adicto al cuerpo a cuerpo. El experimentado cazador. Dueño de las más avanzadas tácticas bélicas. Y aquel nigromante, coleccionista de almas que agazapado saborea su inminente victoria. El cazador ahora cazado y reconvertido en cordero decide inevitablemente atarse la cadena al cuello y auto-encaminarse a su guarida, a su refugio. Aquel remanso de tranquilidad, estabilidad y paz que le propicia el calor de una casa conocida. De unas manos amables, cariñosas. Dejarse de luchas. No hoy. Quizás mas adelante empezará una nueva partida...