viernes, 16 de octubre de 2015

De carabelas, vals y estrellas fugaces...

«Ese día entendió que ganaba más por lo que no le decía que por lo que le confesaba. Que eran más importantes los silencios en los que los desconocidos se sentían incómodos que la verborrea acelerada y poco locuaz de los extraños amigos. Comprendió el significado de un roce descuidadamente sincero y se le olvidó lo que era una caricia amañada. Percibió suavemente el olor embriagante que desprendía la serenidad a su lado. Adivina lo que pienso si me miras. Porque no había más intención que la de compartir el ahora. Lo que somos en este fugaz instante, tan efímero que a algunos se les escapa en una lluvia de estrellas. Porque las explicaciones están hechas para los libros de Ciencia y para los amantes no espontáneos y forzados de la Historia. Aquellos que habían aprobado con sobresaliente el protocolo químico del esmerado esfuerzo pero poco dados al arte de improvisar y jugar a ser libres, simplemente por el placer de probar y "¿a ver qué pasa si sigo el camino amarillo?". Pintar con los dedos de las manos una paleta infinita de colores. Y... ¿si de repente la vida pasa y esto sigue creciendo a borbotones cual el éxtasis orgásmico de una palomitera?.  Caliente, chispeante, aceitoso y fresco. Delicioso. Aún así ciertos temores le asaltaban sin querer invitarlos, como colados en fiestas que se celebraban para dos. Porque no hay peor vals que el que se baila entre más de "tú y yo". Y aún así pensar que el mundo está poblado de Américas que descubrir. Tantas carabelas que acondicionar para zarpar. Y saber que a pesar de la aventura inminente, de la expectativa de infinitos periplos había descubierto una isla en la que atracar. Lanzar el ancla y descansar. Por ello, y simplemente por eso era feliz más que nadie en el océano entero.»