lunes, 3 de junio de 2013

La extraña guerra

Había erigido una fortaleza de fina arena blanca alrededor de su castillo. Entonces era prisionera de sus alucinaciones desaturadas. Dentro de su cabeza se condensaban las sospechas de un ente avizor que perseguía sus miedos. Desde la torre vigilaba que esos dardos no dañaran sus aposentos. Y un día cualquiera, aburrida de que no pasara nada alrededor, de que ese ser no se materializara, decidió declararle la guerra a sus sentidos. Aniquilarlos. Machacarlos. Capturarlos en la celda de prisioneros. Torturarlos. Desangrarlos. Al fin y al cabo siempre la habían engañado vilmente. Así comenzó la más cruenta de las batallas. El silencio antes del combate era más inquietante que el ruido de los auto-bombardeos. Esos silencios, bañados de la poca cordura que conservaba pasaron de ser una torrentosa cascada a un insufrible goteo hasta que llegaron a la sequía.
Así, la inmolación más placentera era a la vez, la más dolorosa. No había lo uno sin lo otro. Eran las dos caras de una moneda que cada vez que tocaba el suelo lo hacía suspendida verticalmente. Uno a uno fueron pereciendo los lazos que la ataban a la Realidad. Ahora la veía en negativo. Los oscuros eran ahora claros y los claros más oscuros que nunca. Por eso supo que ambos bandos habían perdido la batalla en todos los sentidos.

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