lunes, 3 de junio de 2013

La extraña guerra

Había erigido una fortaleza de fina arena blanca alrededor de su castillo. Entonces era prisionera de sus alucinaciones desaturadas. Dentro de su cabeza se condensaban las sospechas de un ente avizor que perseguía sus miedos. Desde la torre vigilaba que esos dardos no dañaran sus aposentos. Y un día cualquiera, aburrida de que no pasara nada alrededor, de que ese ser no se materializara, decidió declararle la guerra a sus sentidos. Aniquilarlos. Machacarlos. Capturarlos en la celda de prisioneros. Torturarlos. Desangrarlos. Al fin y al cabo siempre la habían engañado vilmente. Así comenzó la más cruenta de las batallas. El silencio antes del combate era más inquietante que el ruido de los auto-bombardeos. Esos silencios, bañados de la poca cordura que conservaba pasaron de ser una torrentosa cascada a un insufrible goteo hasta que llegaron a la sequía.
Así, la inmolación más placentera era a la vez, la más dolorosa. No había lo uno sin lo otro. Eran las dos caras de una moneda que cada vez que tocaba el suelo lo hacía suspendida verticalmente. Uno a uno fueron pereciendo los lazos que la ataban a la Realidad. Ahora la veía en negativo. Los oscuros eran ahora claros y los claros más oscuros que nunca. Por eso supo que ambos bandos habían perdido la batalla en todos los sentidos.

sábado, 1 de junio de 2013

Ensueño...

Ojalá mis sueños se proyectaran en una pantalla. Poder grabarlos. Aprehenderlos. Compartirlos. Ojalá esa explosión de colores, situaciones hilarantes, inquietantes, brillos, anónimos personajes pudiera ser plasmada en la vida real.
Hoy he soñado con tantas cosas.
En el último capítulo antes de despertar, aparece uno de los sueños más estimulantes que jamás he tenido. Estaba de vacaciones con mi familia en una especie de país que mezclaba costumbres y culturas de tantos lugares fascinantes: India, México, China, Indonesia, Hungría, Brasil, Islandia. Era una feria, una fiesta, un desfile. Había elefantes cuya piel eran telares de texturas con alma, colores fosforescente, flores que cobraban vida si les soplabas, una pagoda que parecía un cuadro de Pollock, montes nevados que se alzaban por encima del cielo, un circo de variedades, acróbatas, bufones de todas las alturas y edades, payasos, animales, edificios imposibles, retorcidos y a la vez tan simétricos, sonidos hipnotizantes, ojos burlones, luces multicolor, olores medievales, incluso olores, música, instrumentos mágicos, puestos que vendían milagros psicodélicos, esquinas con salidas a atardeceres cálidos, brotes que resucitan por fascículos, retachos de vidas mezcladas con salerosa curiosidad, alimentos que se comen solos, candelabros y velas flanqueando todos los caminos, iglesias ateas y hechiceras deambulantes con hierbas esquizofrénicas, letras que bailan, reptiles que andaban a dos patas vestidos de esmoquin, bocas que reían y cantaban y hacían sonidos impronunciables, cuadros que se pintaban solos, ventanas abiertas a la imaginación de escritores, suelos que hacían cosquillas a los pies y a las manos cuando caminábamos haciendo el pino...
Y yo con mi cámara intentando fotografiar cada instante mágico. Pero no me bastaba con la digital, de repente se convertía en analógica y tenía que esforzarme en conseguir el mejor ángulo. Y aún así esa realidad tan escurridiza, tan efímera, volátil, tan incomprensible, evocadora, casualmente irreal, cándida te invita a quedarte como un anfitrión estrella tan pronto te abraza tan pronto te echa a otra realidad menos elaborada, menos atrayente...

Dios mi parte favorita del día es dormir para poder ver esto. Una pena no poder transmitiros ni la 0,001% parte de lo que es...
Shostakovich . Piano Concerto Nº1 for piano, trumpet & strings. OP. 35 - 3 & 4- Moderatto - Allegro con brio